Hay un término que cada vez oímos con más frecuencia: obsolescencia programada. Pero, ¿sabemos qué es? No, no se trata de una orden para que tu perro te haga tostadas por la mañana, ni del nombre del nuevo robot que pediremos por nuestro cumpleaños, se trata de algo mucho más antiguo de lo que pensamos y que nació de un producto muy cotidiano, la bombilla.
¿Qué quiere decir obsolescencia programada?
Esta palabreja que suena a algo súper serio y rimbombante no es otra cosa que la vida útil de un producto. El debate que se plantea en torno a esto es que esa vida útil no es del todo real. Es decir, la obsolescencia programada hace referencia a la planificación de la “muerte” de un producto. ¡Ojo! No necesariamente un producto tecnológico, la obsolescencia planificada se da también en prendas de ropa, por ejemplo.
Seguro que has oído a alguien comentar: “llevo 2 años pagando un ordenador y ahora que he terminado de pagarlo va y se estropea”. ¿Casualidad? Yo no lo creo… La respuesta es obsolescencia programada.
Esta idea, aunque todavía sin nombre definido, surgió en los años 20 cuando los fabricantes empezaron a acortar la vida de los productos con el objetivo de ampliar las ventas. Entonces, ¿por qué este término nos parece algo actual? La respuesta a esta pregunta es un nombre propio, y lo descubrirás entre los ejemplos de obsolescencia programada de abajo.
Ejemplos de obsolescencia programada
Como ya hemos dicho el objeto pionero fue una bombilla. ¿Quién no conoce la historia de la bombilla más vieja del mundo? Se encuentra en el parque de bomberos de Livermore y lleva luciendo desde 1901. ¡Más de cien años de vida! Algo casi impensable hoy en día. ¿Cómo es posible que un objeto que fue creado hace más de un siglo, con los medios y la tecnología de aquel momento, tenga un ciclo de vida mayor que los productos de ahora?
Está claro que algo ha cambiado y es la intención con la que esos productos han sido creados. Antes era para satisfacer las necesidades de los usuarios, para crear algo único, duradero y que estuviese por encima de los demás. Ahora el fin es otro, aumentar ventas, disminuir costes y, sobre todo, asegurar una larga y productiva vida a la empresa.
Otro ejemplo fueron las medias de nylon. Las mujeres hacían largas colas para comprar medias de un material nuevo súper resistente. ¿Te imaginas tener una media que dure años? Pronto se dieron cuenta de que eso no era demasiado rentable. Sí para el cliente, pero no para el empresario. Así que, decidieron dar un paso atrás para crear medias con una fecha de caducidad mucho más corta.
En definitiva, los fabricantes han creado un mundo al revés. En lugar de hacer pruebas de durabilidad, se hacen experimentos para crear productos más frágiles.
Pero, ¿cuál es el ejemplo más sonado y actual? Apple saltó a la palestra y el nombre de este gigante tecnológico se unió al concepto de obsolescencia programada con el iPod. Un aparato, el único de la gama Apple, cuya batería no se podía sustituir o reparar. Es decir, cuando la vida útil del iPod llegaba a su fin, que casualmente llegaba pasados unos meses concretos, o te comprabas otro o te quedabas sin aparato.
¿Cuáles son las consecuencias de la obsolescencia programada?
Aquí es donde está la gran pregunta. Un debate mucho más encendido que el de tortilla con o sin cebolla. Por un lado están los abanderados de la obsolescencia programada, que defienden la necesidad de que la rueda económica no pare. Las empresas funcionando, los trabajadores manteniendo sus empleos y los ciudadanos comprando. Por otro lado están los defensores del decrecimiento, que nos recuerdan que todo ese consumismo y la producción en masa trae consigo unas consecuencias devastadoras para el medio ambiente.
Si te ha interesado el tema y quieres conocer más sobre la obsolescencia planificada y su historia, no dejes de ver el documental Comprar, tirar, comprar. Seguro que te hará debatir contigo mismo.
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